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Por Mercedes Campiglia

Vimos nacer a su primer hijo cinco minutos después de la media noche hace tres años. Cinco minutos antes de que el calendario cambiara de fecha llegó éste. En su parto previo el médico rotó la cabeza del niño manualmente, ahora lo hicimos mediante asimetrías de la pelvis, posiciones y paciencia. La vez pasada requirió de una anestesia para aliviar el dolor, esta vez hicimos uso de una tina de agua caliente.

Las experiencias que vivimos nos sirven para revisar caminos, rectificar rutas, replantearnos metas. Si miramos con atención, cada recorrido es una enseñanza.

Yo aprendí que estos padres engendraban bebés rollizos con enormes cabezas a los que les costaba trabajo encajar en la pelvis, así que en esta ocasión no esperamos a que el proceso llegara a un punto de desgaste, desde el inicio exploramos posiciones y estrategias que forzaran un poco lo que en otros casos sucede espontáneamente. Aprendí que ella era una rusa fuerte y decidida pero que podía sentirse derrotada cuando sentía que el control escapaba de sus manos, así que hice todo cuanto estuvo en las mías por sacarla de la cama y ayudarla a retomar el timón del barco. Aprendí que su pareja era un soporte invaluable y que su calidez y su risa eran el más potente antídoto contra el temor, así que procuré acercarlo a ella en todo momento. Ella se había quedado con ganas de tener un parto en agua en la primera ocasión de modo que desde que inició éste nos aseguramos de que todo estuviera dispuesto para que ello fuera posible.

Es fantástico acompañar segundos nacimientos porque revisar la ruta previa nos permite ensayar nuevos caminos. Los padres suelen sentir cierta culpa por la poca atención que dan al nacimiento de sus segundos hijos en comparación con la destinada al de los primeros. Pero lo cierto es que los segundos llegan al mundo a través de la ruta que sus hermanos han ensanchado para ellos, recorren un camino para el cual alguien más ha abierto brecha, lo cual representa sin duda una ventaja.

Foto: Abril Zapote

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