Tengo la fortuna de acompañar a las mujeres de parto

Cuando una mamá llama para invitarme al nacimiento de su bebé, lo hace pensando que “contrata mis servicios” y así es en realidad; pero además me convierte en una persona muy afortunada… La energía que se respira al nacer un ser humano es impresionante y deja conmovido a aquel que la atestigua. Presenciar un nacimiento es monumental… hacerlo en un parto en el que la mujer emplea su sabiduría interior y está siendo acompañada y respetada en cuando a las posturas, ruidos, gemidos y demás expresiones que le plazca hacer para parir a su hijo, es un momento de éxtasis. Cuando la mamá se conecta con su sabiduría interior para parir al hijo que ha gestado, se produce un milagro, un milagro que se replica cada día en todas las madres que dan a luz con libertad.

Puesto que el parto es un evento que se acompaña desde el respeto y el amor, el reto es impresionante para quienes lo acompañamos; debemos tener claro lo que hay que hacer y lo que hay que evitar hacer. Acompañar es el acto de estar con otra persona o ir junto a ella y para ello se requiere desarrollar el arte de observar, que es mirar algo o alguien con mucha atención y detenimiento para adquirir algún conocimiento sobre su comportamiento o sus características.

¿Qué hago cuando acompaño a una mujer de parto? La miro: cómo se mueve, se planta, respira, gime, se toca o toca a su pareja. La admiro: su trabajo es fuerte, intenso y de gran demanda y se entrega a éste como si en ello le fuera la vida. La protejo: de los distractores que interrumpen su danza y su concentración. La procuro: acercándole todo aquello que le permita fluir con cada contracción y tener el descanso que merece en las pausas. Pero por sobre todas las cosas, me sorprendo, porque cada parto es único y me permite ver, en cada mujer y su pareja, la transformación que ocurre cuando reciben a su bebé en brazos, ya que  ellos nacen también como padres en ese instante.

Miro con atención lo que ella hace y lo que hacen quienes la rodean; si apoyan su parto o lo entorpecen. Busco que ella mire en su interior y acepte lo que le ocurre como algo natural y seguro. Admiro su fortaleza y su sabiduría interior; si la rodeo del respeto y la privacidad que merece, se conduce de manera sorprendente sabiendo qué hacer y cómo hacerlo. Admiro los cambios de ánimo y la manera en que se transforma pasando de ser una fiera que empuja con toda su fuerza a su hijo a ser la más tierna cuando lo tiene en brazos… de hacer ruidos impresionantes para pujar a emitir sonidos exquisitos al hablarle por vez primera.

Yo procuro que se sienta en confianza y segura en todo momento; protejo su espacio y facilito el acercamiento de su pareja, el padre de la criatura, ya que el entorno puede inhibirlo al manifestar su amor. Puede estar asustado a la vez que sorprendido o sentirse vulnerable con lo que está presenciando. 

Yo acompaño desde el silencio, porque hay ruidos que no corresponden al parto y que pueden ser desquiciantes y desesperantes… de ahí la importancia del silencio. Guardo mucho silencio para que no escuche nada que la distraiga o que le indique lo que tiene que hacer ya que la mayoría de las veces las instrucciones de afuera no tienen nada que ver con lo que su cuerpo le pide.

Respetar lo que ella desea a pesar de que todos lo duden, sentir cómo propio lo que se observa... ponerse es su lugar. Defender lo que siente y expresa.  Escucha y observa. Lo que se ve, se escucha, se huele y se percibe son indicadores confiables de lo que está ocurriendo. Escuchar su respiración, ruidos, gemidos y quejidos y compararlos con sus posturas y movimientos muestran lo distante o cercano que está el nacimiento y lo bien o mal que la mujer está aceptando el trabajo. 

Redimensionar el dolor es imprescindible para el acto de acompañar en el parto, para entender si la madre lo acepta y si quiere o no enfrentarlo, acompañando en absoluto respeto a sus deseos aunque decida no seguir adelante cuando ya esté por ocurrir el nacimiento. 

A veces me toca acompañar partos en los que escucho gritos de súplica de mujeres que están siendo violentadas por intervenciones dolorosas y poco respetuosas. Puedo mirar cómo sus manos tratan inútilmente de quitarse de encima las que las lastiman… Me toca escuchar regaños del médico: “no toques ahí porque contaminas” o “no metas las manos ahí… ya me ensuciaste..” Cuando que lo que ella trata de hacer es defenderse de lo inexplicablemente absurdo. Las mujeres pueden con su dolor, más no con el dolor agregado sin piedad. Cada vez veo menos partos de este tipo, no porque no existan sino porque las mujeres que se acercan a solicitar mis servicios como doula suelen ser mujeres conscientes que toman “el sartén por el mango”, investigan lo que hay, elijen entre lo que se propone, buscan a los actores adecuados y exigen tener el papel principal.

Qué afortunada soy por acompañar en los partos.
Guadalupe Trueba