Por Mercedes Campiglia

Nuestra cultura nos ha llevado a pensar que los padres pesan menos en la crianza de los hijos que las madres porque están regularmente menos tiempo en casa que ellas. Pienso que es momento de discutir esa idea. En primer lugar, cada vez más parejas cuestionan los modelos convencionales de distribución de las tareas y los padres están mucho más presentes que antes en el día a día de la atención de las necesidades de sus hijos.

Y en segundo término creo que debemos cuestionarnos a qué nos referimos cuando hablamos de presencia y qué clase de presencia necesita un niño para crecer. Existen distintas modalidades de presencia y la única instancia de cercanía no es el contacto físico, aunque ciertamente éste es importante. Tenemos que preguntarnos qué es criar a un hijo: ¿Se trata de llenarlo de mí para que no necesite nada? ¿O se trata de acompañarlo en el camino de encontrarse?

Cuando acompañamos a alguien no necesariamente se requiere de nosotros una presencia ininterrumpida. Acompañar es el arte de saber cuándo acercarse y en qué momento es mejor tomar cierta distancia. Una presencia ininterrumpida da cuenta de que sentimos que ese otro, sin nosotros, no puede nada. ¿Por qué de pronto hemos llegado al acuerdo tácito de que un niño crecerá mejor cuanto más presentes estén sus padres? ¿No será que eso sólo nos llena de culpa por tener millones de intereses y a ellos les impide descubrir los intereses propios?

Los padres acompañan a sus hijos en el camino de esta vida con diferentes modalidades de presencia. Un padre que no pasa demasiado tiempo en casa puede ser una figura absolutamente presente. Cuando es valiente empuja a su hijo a caminar a través de sus miedos, cuando defiende la justicia le muestra que tiene una responsabilidad con los otros, cuando viaja le enseña que el mundo es grande y hermoso. La contención y la seguridad que genera la figura de un padre no se limita en absoluto a la calidez de sus abrazos.

No falla el que no está y acierta el que se queda. Lo esencial es construir maneras felices de acompañar a los hijos en la aventura de vivir, sin culpa, sin rigidez, sin dejar que el deber nos coma las ganas de reír. Reconociendo que la presencia se pone en juego de formas diversas y que somos tan importantes cuando estamos para jugar como cuando nos ausentamos para perseguir un sueño.