Por Mercedes Campiglia

Dos mujeres dieron a luz al mismo tiempo, con el mismo médico y en el mismo hospital. Yo estuve con una de ellas y escuchamos desde su habitación el llanto del bebé de la vecina que nació después de un pujo largo y dificultoso. La mujer que estaba conmigo dijo: "Mi médico está con su consentida y a mí me mandan a la lista de espera porque no pude".

Le habían aplicado anestesia hacía unos minutos y ahora se disculpaba por no haber seguido adelante y esperaba a que su útero empujara a su bebé por ella. Pidió anestesia porque no quería seguir sintiendo el dolor de la cabeza de su hija descendiendo por su cuerpo. Pidió anestesia porque el parto le había resultado "una pesadilla, lo más parecido a las torturas de la inquisición". Decidida a no volver a tener nunca mas un hijo y a alertar a todas sus conocidas de que no se aventuraran a nada parecido, mandó a su marido a abogar por su derecho a que le aplicaran un bloqueo. Lo pidió porque tenía miedo y porque tenía derecho a ello. Miró a su médico y con toda la seriedad de la que fue capaz le dijo: "Tú me quieres llevar al límite y yo no quiero llegar allí."

La historia terminó con una cesárea que llegó pocas horas más tarde porque su bebé se negaba a descender. Cuando recibió la noticia de que debían llevarla al quirófano dijo de inmediato: "De acuerdo, estoy lista". Habló con la certeza de quien asume los costos de las decisiones tomadas. 

Nunca sabremos si de haber resistido el dolor ella hubiera podido bajar a su hijo pujando en diferentes posiciones y con toda la fuerza de su alma como la mujer de la habitación de al lado o si habríamos terminado en una cesárea de cualquier manera. Nunca sabremos si su bebé, que tuvo que ir a observación para expulsar el líquido de los pulmones, lo habría expulsado naturalmente en el apretón del nacimiento o si se hubiera agotado tras un trabajo de parto desafiante.

Yo sólo sé que el parto humanizado está compuesto de dos ingredientes, las prácticas de la medicina basada en evidencia y el reconocimiento de la centralidad de la mujer en la en la experiencia del parto y su derecho a decidir sobre su cuerpo. Con toda la información en la mano ella eligió el camino que quería seguir y quienes la rodeamos la acompañamos en la ruta que trazó en este viaje que no es de nadie sino suyo. Sólo sé que mientras intentamos convencerla de seguir por el camino que considerábamos más adecuado ella era presa de nuestro deseo y que cuando se apropió de su parto y de su cuerpo finalmente se reconcilió con la experiencia.

No tengo idea de cómo procesará el evento del nacimiento cada una de las dos mujeres que parieron ese día y no sé siquiera si hice lo correcto cuando le dije que no tenía que demostrarle nada a nadie, que era dueña de su cuerpo y podía decidir lo que quisiera o me faltaron las palabras y los recursos para convencerla ¿Fallamos porque ese día no tuvimos un parto? ¿Fallamos al anteponer el deseo de la mujer al nuestro? ¿Fallamos al respetar sus decisiones? 

La doula no está encargada de reducir el número de cesáreas, está encargada de acompañar, lo cual tiene como consecuencia una reducción del índice de intervenciones que se practican durante el nacimiento porque con frecuencia un masaje, una caricia, una palabra, son suficientes para aliviar el dolor y hacerlo tolerable; pero no necesariamente ocurre así. Para esta mujer en particular parecía preferible el parto de una de sus amigas a la que le habían hecho una episiotomía “que le llegaba hasta la pierna” y le habían fracturado una costilla a fuerza de Kristeller que su experiencia de estar pujando dentro de una tina de agua caliente. Las sensaciones de su cuerpo le resultaban completamente intolerables y aterradoras.

Esta mujer eligió algo diferente a lo que yo habría elegido, algo diferente a lo que los manuales indican; y aún así su deseo merecía ser escuchado. Hoy me doy cuenta de que con el paso de los años y de los partos, cada vez me siento más comprometida con el derecho fundamental de la mujer a decidir sobre su cuerpo.