Por Mercedes Campiglia

Este día de las madres inició pata mí con un parto. Estaba preparada para que así fuera. La mujer que ahora me avisaba que tenía contracciones cada tres minutos, me había advertido antes que no quería que el nacimiento ocurriera ese preciso día. Pero la vida tiene sus propios planes que, con frecuencia, parecieran expresamente diseñados para dejarnos ver que los nuestro son una ociosidad.

Ella le había pedido a la ginecóloga que atendería el parto que le practicara una inducción si se acercaba la fecha y su bebé no había nacido. Felizmente, la médica estupenda que eligió le hizo ver que eso no tenía ninguna clase de sentido.

Salté de la cama al recibir su mensaje, me di una ducha de cinco minutos, preparé un té y salí corriendo a su casa, el lugar en el que el parto ocurriría. Una hora más tarde estaba tocando a su puerta, pero mientras esperaba a que abrieran entró a mi celular una foto de ella sonriente con su recién nacido en brazos y una mancha de sangre que le cruzaba la la nariz y la frente, como las que se pintan los guerreros para la batalla.

Cuando supo que la llegada de la vida era inminente, le abrió el cuerpo. El niño nació en el piso del baño de su casa, acompañado de un grito salvaje. Su papá estaba también ahí, y su hermana de tres años, que se asustó un poco al escuchar a lo lejos el rugir, pero se tranquilizó al ver que provenía del cuerpo de su madre vuelta fiera, vuelta cueva, vuelta origen.

Estaba planeado que la nena se fuera a jugar a la casa de una amiga que podía recibirla cualquier día excepto ese 10 de mayo que su madre había "decretado" que no pariría. Estaba planeado que hubiera una ginecóloga, una neonatóloga, una doula y una tina de partos. Pero nada de eso sucedió; el paisaje de la vida fue mucho mejor... fue perfecto.

Cuando finalmente entré a la casa le ayudé a acostarse en la cama, levanté las toallas ensangrentadas del suelo y llegaron al poco rato las doctoras que recibieron la placenta y corroboraron que todo estaba en orden. Tomamos un delicioso café que nos prepararon, conversamos, y mientras jugaba en la sala con la flamante hermana mayor entre letras imantadas, trenes y bloques de madera, me dijo: "creo que al bebé no le gustó nacer, porque se puso a llorar".

Lloramos cuando nacemos, gritamos cuando parimos... La maternidad es alarido, fuerza, sangre... tiene poco y nada que ver con las rosas y los abigarrados adornos que inundan las calles en estas fechas. Tiene poco y nada que ver con los chocolates y los pasteles de crema. La maternidad cruda, potente, primitiva, salvaje. La maternidad llegó este 10 de mayo, con su grito estridente, a hacer añicos el día de restaurantes y centros comerciales abarrotados.