Por Guadalupe Trueba

El peso de la responsabilidad en las decisiones que toman las parejas para el nacimiento de su bebé, puede ser abrumador. Las opciones que ofrecen los profesionales de la salud (ginecobstetra y pediatra) y el hospital en el que la mujer elija para dar a luz -con la respetuosa recomendación de su pareja- son muchas y muy variadas. 

Decidir entre un parto natural o una cesárea programada, entre un parto medicado o sin medicación, entre aceptar o no intervenciones que para algunos médicos son de rutina y para otros no, tener o no la libertad de moverse, expresarse a voluntad, comer o beber durante el parto, elegir la posición para el momento del nacimiento o hacerlo en la posición convencional de las mesas de parto, tener a su recién nacido en contacto piel con piel inmediato e ininterrumpido o aceptar que se lo lleven por algunas horas, el permanecer con su bebé en el cuarto o que se quede en el cunero por las noches durante la estancia hospitalaria, iniciar una lactancia exclusiva al seno materno o complementar con fórmula… Todas son decisiones cargadas de responsabilidad y miedo. Miedo a no saber qué hacer o temor a equivocarse; porque se duda si la elección a tomar es o no saludable y segura tanto para la mamá como para su bebé.

Todas las madres deseamos lo mejor para nuestros hijos y cuestionamos si lo que ofrecen los servicios de salud es lo que más conviene, ya que son ellos los expertos, principalmente para quien será su primera experiencia de parto, pero somos nosotros los padres los que nos llevaremos finalmente al hijo a casa. Las diferentes opciones nos hacen temer… ¿Cómo voy a saber yo lo que es mejor si no soy el experto? ¿Cómo elegir con tantas opiniones tan diversas?

El deterioro en la calidad de las decisiones, puede estar influenciado por la presión que sienten los padres ante tantas y tan diversas posturas en cuanto a lo que conviene a la salud y bienestar que obviamente deseamos para nosotros y nuestros hijos. El modelo tan medicalizado de la atención del parto, hace dudar a la mujer si está o no capacitada para decidir acerca de lo que mejor conviene a su salud y la de su recién nacido. Y aquí viene la invitación a considerar lo que les dice la intuición y no siempre la razón. La razón puede estar influenciada por lo que la cultura de parto y el modelo de atención del parto han definido como “conveniente y seguro”. ¡Cuidado porque el “condicionamiento cultural” puede llegar a ser más fuerte que el instinto! 

Conviene reflexionar en lo que ha ocurrido por muchas décadas y en las razones por las que han surgido cambios en los últimos años y la cada vez mayor presión mundial de la sociedad por una cultura de parto humanizado. Merece la pena mirar lo que la evidencia científica está mostrando de las consecuencias a corto, mediano y largo plazo de la forma en que nacemos.

El apoyo y vigilancia del embarazo y parto por un profesional de salud es muy conveniente pero lo es también conocer el modelo de atención que prevalece en su quehacer como médico o partera para poder elegir si lo que propone es o no congruente con lo que deseo como cliente. Cuando preguntamos en consulta prenatal si podremos hacer esto o aquello durante el nacimiento, habrá diferentes respuestas como: “si todo sale bien… lo intentaremos” o “así es como yo suelo recomendarlo a mis pacientes…” Y es al usuario del servicio al que le corresponde explorar lo que implica la respuesta del profesional a quien visitó.

Los sentimientos no se pueden argumentar. 

Se siente o no se siente deseos de lograr algo.

Buscar lo que deseamos para nosotras y nuestros hijos no es empresa fácil. Implica darse a la tarea de escuchar a unos y otros, comparar entre unos y otros y decidir por lo que nos parece congruente. Asistir a los padres para ayudarles a conocer las opciones disponibles así como los pros y contras de tan diversos modelos de atención existentes hoy día, es la razón principal de nuestro servicio como educadoras perinatales. 

En nuestros cursos prevalece la información basada en evidencia y sabemos que nuestros alumnos están expuestos a tan diversas opiniones sobre lo que mejor conviene, que de pronto se sienten abrumados por tanto que hay por elegir así como presionados por el miedo a equivocarse en la decisión que tomen, por lo que nuestra tarea es orientarlos y apoyarlos en sus decisiones.

Si de algo sirve mi recomendación, escuchen lo que les dice el corazón, no teman a escuchar su intuición, no serán las primeras ni las últimas elecciones que tendrán que tomar en esta aventura de ser padres.

Y cómo última reflexión me queda decir que no todas las mujeres tienen el privilegio de poder elegir. Las profundas desigualdades de nuestra sociedad han colocado a una enorme cantidad de embarazadas ante la situación de verse obligadas a permitir que otros decidan por ellas. El Estado debería garantizar a todas las mujeres acceso a una atención de calidad y a un trato respetuoso en el que sus deseos fueran tomados en cuenta. Todas las mujeres deberían tener acceso a educación y derecho a elegir, ese es el objetivo que tenemos que fijarnos como sociedad. Y quienes, por el hecho de haber accedido a una condición privilegiada están en posición de elegir tienen la obligación de tomarse la tarea en serio; informarse y exigir que sus derechos y los de sus hijos sean respetados para ir abriendo brecha al resto.